Por: Juan B. Ordorica (@juanordorica)
Una semana antes de la elección, en Sinaloa las señales eran difusas. Tenues. Sutiles. Como estar parado frente al mar unas horas antes de un vendaval: no se pueden sentir los vientos de la tormenta, pero sabes que algo se avecina por el olor en el aire.
Algunos estudios indicaban la posibilidad de derrotas en algunos de los ayuntamientos importantes. Ahome, Guasave, Navolato y Mazatlán eran focos amarillos para el PRI local. Culiacán, hasta ese momento, tranquilo. Existían rumores en ciertos distritos locales y los distritos federales controlados en su mayoría. Llegó el apocalipsis. Para unos fue un tsunami; para mí, fue un el maremoto después de un meteorito. Destrucción doble y extinción absoluta.
El domingo 1° de julio la soberbia, banalidad, vacuidad y excesos de una clase política sinaloense fueron cobrados con creces en la urna. La ciudadanía utilizó el vehículo de un Andrés Manuel López Obrador avasallador. La cegadora llegó en forma de MORENA. Ahome, Guasave y Mazatlán fueron a parar en manos del novel partido político. Los escombros de la hecatombe arrastraron a los diputados federales y locales de esos municipios… Faltaba lo peor para el priismo.
Culiacán, el bastión imbatible, la capital del estado, centro de operaciones del Grupo Culiacán fue borrado con tinta indeleble del monopolio de Jesús Valdés y compañía. El maratón de Andrés Félix; los packs de Paola Gárate; el caballo de Carlos Montenegro; los gestos fifís de Irma Moreno; la sobriedad de Jesús Ibarra, fueron naipes de cartón frente al coraje en forma de votos que se les vino encima; en esta ocasión, la sonrisa de Jesús Valdés fue arrancada.
Aarón Rivas y Juan Ernesto Millán sufren en silencio. Ni en la peor de sus pesadillas imaginaron la soledad del paramo de la derrota. Años y años construyendo equipos, redes, sociedades y lo perdieron todo a manos de dos casi desconocidas con el único recurso del hartazgo sobre sus hombros. Fue suficiente. Pagaron el precio del priyismo. El dinero y el poder cayó a manos del pueblo.
Miles, miles de priistas en Sinaloa todavía no comprenden qué sucedió. Se quedaron huérfanos y lloran frente al cadáver de sus tutores. Nadie se prepara para una tragedia. Los pequeños priyistas sufren. Ya no hay “apoyos”. Las láminas y las despensas no serán más de ellos, para ellos y con ellos. Hay nuevas reglas y dueños del juego. Ya son un jugador más; no los dueños del juego.
Los damnificados se comienzan a agrupar. Pronto comenzará la rapiña. Se desconocerán entre ellos. Se trata de sobrevivir y no hay suficientes recursos. El canibalismo será una opción. Las viejas alianzas no existirán más. El antiguo amigo será el futuro adversario. Comienza la procesión al único edificio que sigue en pie.
Parado, en lo alto de palacio, queda el gobernador. Ve alineados a los pequeños priyistas que vienen desde lejos. Es el único que decidirá quién entra a la última fortaleza en pie; el resto, perecerá por inanición.